LA HISTORIA DE JONÁS

El fino arco de luz sobre el oscuro firmamento indicaba a Jonás que la luna nueva estaba cada vez más cerca. La nieve se había vuelto tan compacta que ni siquiera los conejos salían a buscar alimento y, a lo sumo, en una o dos noches, la oscuridad cubriría el cerro.

Sintió crujir la madera del porche, y no le gustó el cálido aroma a cánido que se escurría entre los tablones de la puerta. En el exterior, una respiración acelerada dio paso a un potente resoplido que levantó el polvo del suelo.

Las tres ovejas que descansaban en el habitáculo anexo, balaron presas de nerviosismo y Jonás también empezó a estarlo. Sabía que aquellos animales le proveerían de carne para todo el invierno si era necesario, y el depredador que se encontraba afuera, ahora pensaba lo mismo. En cambio, Jonás sabía que no estaría bien hacerles daño y que jamás podría matarlas, conocía demasiado tiempo a aquellas tres bolas de lana. Su compañero, Charlie, y él habían superado varios inviernos a base de leche de oveja, carne seca de ciervo, y algún que otro estofado de alubias con hierbas que, aunque no formaba parte de la comida favorita de Jonás, engullía de buena gana junto a su esmirriado amigo.

Charlie, era un hombre bastante mayor, desdentado y barbudo, pero con la habilidad de encontrar un venado a decenas de kilómetros o de ocultar su rastro para escapar de una manada de lobos hambrientos. Jonás siempre le acompañaba, y había adquirido muchos conocimientos gracias al anciano, ya que de otra manera habría sido incapaz de conseguirlos. «La vida en el bosque forja seres especiales», le había dicho en más de una ocasión Charlie Lengua de Estropajo.

Sin embargo, ahora Jonás estaba solo. Por suerte, quien arañaba la puerta del ganado no había tenido mucho éxito y había decidido marcharse, pero estaba seguro de que volvería una y otra vez hasta conseguir abrirla.

Y no tuvo que esperar mucho para que se repitiera la escena. A la mañana siguiente, el lobo que le había acechado regresó y comenzó a mordisquear el cierre de madera del cobertizo, donde las ovejas se agitaban inquietas. Entre los arbustos, al oeste de la cabaña, otro lobo gris, de pelaje más claro, se dejó entrever, y en el lado este aparecieron dos famélicos ejemplares de tonos marrones.

La primera vez que Charlie y Jonás divisaron aquel grupo de tiñosos ejemplares, sintieron miedo a pesar de que Charlie iba siempre armado. Ese era el motivo por el cual el anciano los había bautizado como los Cuatro Jinetes. Ahora que Jonás los espiaba a través de la ventana, se daba cuenta de que su decadente aspecto había empeorado.

Antes de caer el sol, los cuatro ejemplares ya estaban tumbados en el porche, esperando hasta que Jonás intentase salir, o bien, hasta que alguno de ellos consiguiera abrir el portón del ganado para hacerse con las presas. Charlie Lengua de Estropajo había diseñado el cierre para que aquellos lobos estúpidos no pudieran abrirlo, colocando un pesado pasador de madera cruzado en oblicuo sobre la puerta, pero con un poco de práctica y mucha hambre, que de eso les sobraba, lo conseguirían. No había duda alguna.

Durante el segundo y el tercer día nevó de una manera tan copiosa que la pequeña manada de lobos tuvo que mantenerse unida para protegerse del frío, aunque no fue hasta el cuarto día cuando comenzaron las peleas. En mitad de la noche, los ladridos y los grotescos chillidos de las ovejas despertaron el frágil sueño de Jonás, que se asomó a la ventanuca. Por un momento creyó que habían conseguido abrir la puerta y estaban destrozando a los pobres animales, pero en realidad la pelea era entre los mismos lobos. Por la extrema delgadez de los cánidos y la necesidad inmediata de obtener comida, era muy probable que se hubieran enzarzado en alguna refriega por determinar quién era el nuevo jefe de la manada. Uno de ellos había perdido media oreja y la blanca nieve se teñía con manchas rojas.

Cuando estaban a punto de abrir el portón de las ovejas Jonás tomó una decisión. Presionó la palanca que liberaba el cierre de la puerta de la cabaña y esta se abrió con un chirrido. Los lobos se giraron olvidándose de las ovejas y entraron en el refugio, uno detrás de otro.



En el centro de la habitación se situaba un enorme lobo de pelaje azabache, únicamente decorado con algunos penachos grises al final del hocico. Entre sus cuatro robustas patas, el cuerpo de Charlie Lengua de Estropajo yacía sin vida. La boca abierta del viejo permitía que su larga lengua geográfica descansase a un lado, fuera de la cavidad. El apéndice se había hinchado debido a la descomposición, lo que le confería un aspecto aún más grotesco, al igual que sucedía con su amoratado cuerpo. El imponente lobo enseñó los dientes a los otros cuatro que le rodeaban y gruñó agachando la cabeza. El cadáver casi putrefacto del anciano no presentaba ni un solo rasguño y quien lo custodiaba, un gigantesco lobo negro llamado Jonás, procuraría que así siguiera siendo.



Los disparos provocaron que Charlie acelerara el paso, sin embargo, la distancia que los separaba era demasiado grande como para poder darles alcance. Cuando llegó, la visión del cuerpo sin cabeza de la loba le dejó petrificado y el corazón le dio un vuelco. Su primera intención fue perseguir a los cazadores furtivos, pero con toda seguridad aquel encuentro acabaría con la muerte de alguno de ellos. Y además, existía otro pequeño problema.

Charlie examinó el cuerpo de la hembra y comprobó que sus mamas tenían un tamaño considerable y que sus patas traseras todavía estaban manchadas de sangre. Aquella loba acababa de dar a luz, de modo que se retiró a la distancia suficiente para no ser visto, y observó. Poco después, un cachorro de color oscuro salió de entre los arbustos y olisqueó a lo que quedaba de su madre. Era tan pequeño que sus orejas todavía no se habían despegado de su cabeza, y Charlie creyó que, si los furtivos lo hubieran descubierto le hubiera resultado imposible huir. Con sus torpes pasos, ni siquiera sería capaz de escapar de una comadreja hambrienta en los siguientes días.

Trató de agarrar al pequeño animal y este se volvió a ocultar en los arbustos. Charlie lo podría haber atrapado a la fuerza en cualquier momento, pero no lo quería asustar, así que se sentó junto a la loba y esperó. El cachorro gimió durante un par de minutos sin salir de su escondite y después se calló. Tal vez era demasiado inmaduro como para correr, en cambio su instinto le mantenía a salvo entre la maleza. Charlie vació el agua de la cantimplora, ordeñó algo de leche de la loba y notó que todavía estaba caliente, lo que le causó aún mayor tristeza. Se impregnó los dedos de leche y se embadurnó la cara con ella. Con mucha cautela, casi sin hacer sonar la hojarasca, se aproximó al cachorro. Tras unos instantes, el lobezno se dejó ver. Era una preciosa cría de lobo con un color oscuro que con toda seguridad se volvería completamente negro con el paso de los meses, a excepción del penacho grisáceo en la punta del hocico. Se acercó a Charlie y, tras olisquearle, le lamió los mofletes.



Jonás salió de la cabaña con las fauces aún tensas, llenas de sangre. Se sentó y se lamió la pata trasera derecha. Uno de los Cuatro Jinetes le había clavado los dientes causándole un desgarro. No era nada grave, pero tendría que lamérselo los próximos días para evitar que se infectase.

Se encaramó a la puerta del cobertizo y, exhibiendo una gran habilidad, retiró el pasador de madera con los dientes. En el interior, descansaban tranquilas las tres ovejas. La más anciana se acercó a Jonás y le propinó un suave cabezazo en el costado. No se trataba más que de un saludo, pero el lobo sintió un dolor punzante en las costillas y soltó un quejido. Las otras dos se acercaron a él y el enorme lobo negro frotó su hocico con una de ellas antes de salir al exterior.

Desde el porche, recibió los primeros rayos de sol desde hacía días y escrutó el interior de la cabaña. El cuerpo de Charlie estaba rodeado de sangre y lobos muertos, y un perfume a putrefacción y carne fresca flotaba en el aire.

Jonás aulló tan fuerte que el aullido rebotó en las montañas y regresó como si decenas de lobos le contestasen. Sin más despedidas, le dio la espalda a Charlie y se adentró en el bosque abriéndose paso a través de la nieve. Las tres ovejas lanudas fueron tras él.

 

 
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Comentarios

  1. Víctor eres un verdadero artista desde el principio me he creído que Jonás era un hombre que sorpresa me he llevado cuando he descubierto la verdad .me ha gustado mucho me ha sorprendido y sobre todo que en este mundo seamos de la raza que seamos podemos ser grandes amigos .Chapo por ti por tu imaginación por tu creatividad .

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  2. ¡Hola, Gome!

    ¡Pues objetivo cumplido entonces! Esa era exactamente mi intención. 😃

    Jonás, como buen compañero, defendió a su amigo hasta el último momento. 🦊💪🏻

    Un abrazo.
    R. Budia

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  3. Muy bien construido este relato . Ingeniosa forma de presentar a Jonás . Se extrae
    del relato una gran lección de camaradería y lealtad. El mensaje llega al lector perfectamente.
    Me ha encantado.
    Ángeles.

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    Respuestas
    1. ¡Muchas gracias, Ángeles! 💪🏻

      Me llena de orgullo y satisfacción 🤭 haber llegado a vosotr@s con esta historia.
      Cuando estoy escribiendo siempre me queda la duda de si conseguiré ser sutil sin pasarme demasiado. Llegar a todos los lectores y conseguir el equilibrio justo a veces es complicado.

      Me anoto otra muesca en mi revólver. 🤠

      Un abrazo y gracias por leerme.
      R. Budia

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