Solté el pincel y retrocedí para ganar perspectiva sobre mi cuadro. Tenía las yemas de los dedos endurecidas, tanto que se me habían formado unas horribles callosidades, pero incluso las durezas se habían rendido, se habían abierto y comenzaban a sangrar. La mezcla de los distintos tonos de óleos no cumplía con ninguna teoría del color, algo que me traía sin cuidado. Si quieres crear algo nuevo, no puedes ajustarte a las normas establecidas. Llamé a mi primo, él es el único que me da su opinión real sin tratar de adularme, así que se presentó allí en menos de dos horas. Para cuando llegó, ya tenía vendados los dedos y me puse los guantes, como siempre hacía, para evitar preguntas. —¿Es una soberana mierda? —le pregunté, pero el muy mamón seguía mirando el cuadro, de arriba abajo, sin soltar palabra. Solo emitió un gruñidito de desaprobación que me puso bastante nervioso. —Dime lo que piensas, sin paliativos. —Siempre lo hago, Vincent. Solo déjame terminar. Levanté las manos para e...

Extrajo la barra del fuego y se la mostró al hombre que estaba tumbado en el suelo. —¿Estás seguro? —preguntó el niño. —Hazlo ahora —dijo Jamie—, o moriremos los dos. Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia

Llevo tiempo escribiendo historias de otros, pero ha llegado el momento de contaros algo que me pasó cuando era demasiado joven como para tener conciencia de mis actos. No sabía si contarlo, pero dado que hace ya unos cuantos años que sucedió, y que los hechos ya habrán prescrito, no tengo ningún reparo en explicaros cada detalle. No es muy largo, así que no os costará mucho leerlo. Sucedió en una cena que organizaron mis antiguos compañeros de colegio. Yo todavía no tenía hijos y no estaba casado, aunque sí que tenía novia. Todo pasó al salir del restaurante. —Vamos en mi coche —dijo Fran, el más gordito del grupo. Hablaba con una lengua que parecía de trapo, pero todos íbamos igual—. Lo tengo aparcado justo aquí al lado. Lo seguimos y nadie se planteó que iba más cocido que una mona. Personalmente, sabía que, si lo pillaban, el que iba a palmar el carné y se iba a comer la multa iba a ser él. Aunque, lo que nadie se esperaba, es que el muy imbécil iba a clavar el pie a fondo en ...

La mujer pelirroja tiró de la cuerda y la persiana de madera bajó con un restallido. Cerró la puerta y le entregó las llaves a la anciana. La vieja soltó una de sus frases cargadas de sentido, pero la mujer solo pensaba en subirse al coche y alejarse todo lo posible. —Lo has hecho bien. No diré nada, tranquila —dijo la vieja de melena plateada, y le entregó un sobre abultado. —Maldito dinero… —murmuró la pelirroja antes de marcharse—. Maldito dinero.         Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia

—Aprieta mi mano tan fuerte como puedas y cierra los ojos, yo haré lo mismo. —No, no los cierres —dijo ella entre sollozos— Por favor, no los cierres.   Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia

Cerró el libro y lo dejó en la estantería. —¿Qué tal esa novela? —preguntó otro señor que hojeaba un libro de relatos. —¿Esta? ¿La que acabo de dejar? Una soberbia mierda. —¿Cómo lo sabe? Si solo la ha mirado un minuto. —Fácil. Porque yo soy el autor. Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia

—¿Cuánto pide por el camello? —Tres mil rupias —dijo el comerciante—. Es muy bueno. —¿Cuánto de bueno? —Sabe hablar tres idiomas y camina a dos patas. —Pues entonces no lo quiero —dijo el visir. —¿Por qué? —preguntó el comerciante. —Porque lo quiero para subirme encima. Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia

—La mitad de esas mujeres no sabe lo que quiere —dijo el anciano, y escupió al suelo. —¿Y la otra mitad? —preguntó el ayuda de cámara, y le calzó la segunda bota. —La otra mitad quiere matarme.     Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia

Finalizó su dibujo y se lo mostró a Jack. —Puedes hacerlo mejor. Vamos, inténtalo. Esto es una birria. Sobre el papel, un círculo casi perfecto, casi. Tommy solo necesitaba que se pareciera menos a un triángulo. —Repítelo otra vez —dijo Jack. —¿Puedo beber un poco de agua? —dijo Tommy—. Tengo un calor que me muero. —Muy listo, Tom —dijo Jack—. Muy listo.  Puedes dejar un comentario, compartir este artículo en tus redes sociales, suscribirte por correo electrónico para no perderte ninguna actualización o seguirme en mis redes sociales y así mantenerte informado. Sígueme en redes: @rubiobudia