LA HORA DE LAS CUCARACHAS
—La verdad es que yo no me veo como uno de esos delincuentes de pacotilla, no sé por qué dices eso. De hecho, mi vida es bastante corriente. No hago nada que pueda resultar extravagante o fuera de lugar. La semana pasada, por ejemplo. Mi mujer me dijo: «¡Ey, Barry!». Ella siempre me llama Barry porque cree que es más sexi. No sé. Yo lo veo igual de vulgar que Bartholomew pero más corto. —Zarandeaba la pistola trazando círculos mientras hablaba—. En fin. A lo que vamos. Ella me dijo: «¡Ey, Barry! ¿Por qué no cambiamos de coche? He visto un Lexus totalmente eléctrico que es la bomba». A ella le encantaba usar esa expresión, por cierto. Lo que se le olvidó decir es que le importa una mierda que el maldito coche fuera eléctrico, y que realmente lo quería comprar porque pretendía darle en los morros a su amiga Sharon. Ella tiene un híbrido de la misma marca y el que quiere comprar mi mujer es mucho más caro. Ella, por lo visto, piensa que soy gilipollas. Me refiero a mi mujer, no a Sharon. Sharon es una santa, muy buena persona. El caso es que yo soy mucho más listo que mi mujer. Así que la agarré por la cintura y me la apreté bien fuerte, eso la suele poner cachonda y predispuesta a lo que le diga. Lo he visto en las películas mil veces, y un día me dije… ¿Por qué no, Barry? ¡Vamos a probarlo! ¡Y oye, chico! ¡Funciona! Le dije: «¿Y por qué no nos vamos de viaje con ese dinero en lugar de comprar un coche? El que tenemos no nos ha dado nunca problemas, no veo ningún motivo para cambiarlo». Y... ¡Patapán! La convencí para sacar un par de billetes a las Bahamas.
—Perdona, chaval. ¿Me puedes dar un cigarro?
—Yo no fumo, imbécil. Ya me he perdido. ¡Ah, sí! Un tío normal. Eso es lo que soy. Visto ropa decente, pero intento que no sea de marcas llamativas. Nada de Ralph Lauren, Hugo Boss o cosas así. ¿Qué más? Bueno, también tengo un Hyundai de hace más de diez años, que no voy a cambiar como ya te he dicho. Pero mi mujer… A ella siempre le gusta aparentar, aunque como sabe que a mí no, es bastante comedida. No solemos dejarnos ver en lugares lujosos ni cenamos en restaurantes demasiado caros. Mi premisa es no llames la atención del público. No sé si me entiendes.
—Pues no, la verdad es que no entiendo nada. Sea lo que sea lo que quieres hacerme, creo que no te conviene. Sabes que no vas a matarme, y en cuanto salga de aquí haré una llamada a mi jefe y el almacén estará rodeado por diez coches, o veinte, y de cada coche saldrán cuatro hombres que te reventarán la puta cabeza a tiros. Así que, hijo, deja que me vaya.
—¡Pero si todavía no ha llegado lo mejor! ¿Cómo lo voy a dejar? ¿No me dirás que ahora te dan miedo las pistolas? ¿Eh? Pero si llevas todo el día una pistola metida en el cinturón, ¿cómo te van a dar miedo? ¿O es que no habías visto nunca una de tan cerca? ¿Eh? ¿Es eso? ¿Te molesta? —Le propinó un suave golpe con el revólver y su mejilla se abrió como si le hubieran cortado con un estilete.
El hombre que estaba sentado emitió un alarido que se cortó súbitamente cuando el arma volvió a golpearle el otro lado de la cara, ahora con más energía. El arma impactó en la comisura de la boca y le rajó parte del labio.
—Es curioso —dijo limpiando la pistola con la camisa—, lo fácil que es hacerle daño a una persona. Este revólver, por ejemplo. Se lo pedí a alguien que tú y yo conocemos, el tipo ese de las greñas, y en menos de media hora lo tenía sobre la mesa. ¿Y sabes lo que me costó?
—No —dijo casi sin aliento, dejando escapar un pequeño río de saliva mezclada con sangre que resbalaba por su prominente mentón.
—Treinta y siete pavos. ¿Te lo puedes creer? Lo que no entiendo es por qué cojones le cortan el cañón. A ver, sé que es para ocultarla mejor bajo la ropa, pero no tienes una mierda de puntería con esto.
—No necesitas puntería si estás lo bastante cerca —balbuceó con un labio inferior que comenzaba a hincharse. El otro hombre levantó el arma para darle un nuevo golpe—. ¡Por favor, Barry! ¡No! Venga, chaval. Dime qué quieres de mí. Si no eres un delincuente, ¿por qué me haces esto?
—La hora de las cucarachas.
—¿Pero qué coño dices, tío? ¿Estás loco o qué?
—Esto va en serio, contéstame —dijo esbozando una sonrisa sarcástica de oreja a oreja—. ¿A qué puta hora salen las cucarachas?
—¡Pues no lo sé, tío! ¿A las 3:33?
—Esa es la hora de los demonios, no de las cucarachas, idiota. Y yo no soy tu colega, así que no me llames tío. La respuesta es que las cucarachas no tienen reloj.
—¡Pero qué cojones dices! ¿Qué mierda de respuesta es esa?
—No tienen hora, Jimmy. Se esconden en un rincón calentito, preferentemente húmedo, y aguardan hasta que las luces están apagadas —dijo amartillando el arma mientras apoyaba el cercenado cañón en la sien de Jimmy—. Crees que no están, pero ¡oh, vaya! Están por todas partes. Esperan a que todo a su alrededor esté tranquilo y entonces… ¡Pam! —presionó el disparador y el arma hizo un ruido seco sin llegar a disparar. El hombre que tenía atadas las manos detrás de la espalda empezó a sollozar.
—Déjame vivir, tío. Haré lo que me digas, pero, por favor, no me mates.
—Dime un solo motivo por el que no deba matarte. Y no me vengas con esas mierdas de: tengo una mujer que me espera en casa, hijos a los que alimentar, bla, bla, bla… —dijo con tono burlón.
—Eres poli, tío. Eso debería bastar para que no me mates, ¿no? Tus superiores sabrán lo que has hecho.
Barry dejó el arma sobre la mesa y propinó tres fuertes puñetazos al muchacho que le arrancaron dos dientes e hizo que sus nudillos sangrasen.
—No soy un puto cura, imbécil —espetó y le escupió en la cara. Se metió la mano que no sangraba en el bolsillo de la camisa y sacó un paquete de Winston. Golpeó la cajetilla contra el borde de la mesa y tomó un cigarrillo con los labios—. Se me había olvidado decirte que sí que fumaba, ¿quieres uno?
Jimmy negó con la cabeza. Ahora no le apetecía fumar, y además si su boca no podía ni contener la sangre, no quería pensar qué pasaría si intentaba dar una calada.
—El tema es, que mi mujer, Kaitlyn, se hizo ilusiones con el viaje a Bahamas, tanto que ella misma fue a comprar los billetes de avión sin decirme nada. Como desde la agencia le dijeron que tenía que llevar una parte en efectivo, Katie pensó que, ya puestos a sacar dinero del banco lo pagaría todo en mano. ¡Total, somos gente normal! No pasa nada. ¿Verdad, Jimmy? —El otro se encogió de hombros—. Aquella mañana del caluroso mes de julio, el día 19 para ser más exactos, mi mujer cruzó la calle 42 con un sobre lleno de dinero, y lo hizo porque creyó que existe una hora para que salgan las cucarachas. Pero no es así. ¿A que no, Jimmy?
Negó con la cabeza y, a pesar de su inflamada cara, se dibujó la imagen de la desesperación en su rostro.
—¡Oh, sí, Jimmy! Veo que ya te acuerdas. Ahí estabas tú, mirando a través del cristal del banco desde lejos. Observando cómo llenaba ese sobre de billetes. ¡Somos gente normal, Jimmy! ¡Y tan solo era cruzar la calle!
—Pero yo no… —balbuceó.
—¡Que te calles la puta boca! ¡Joder! —dijo empujando la pistola descargada contra su cráneo una y otra vez—. Esto es lo que vas a hacer, Jimmy, si quieres seguir con vida cuando yo salga por esa puerta. Vas a contar toda la verdad. Vas a decir que fuiste tú quien le quitó el dinero, vas a confesar que la zarandeaste hasta que soltó el sobre y cayó de espaldas en mitad de la calle 42, y admitirás que fue culpa tuya que muriera aquel día en el asfalto. ¿Lo has entendido, Jimmy? ¿O tengo que repetírtelo?
Asintió, escupió algo de sangre cuajada y se aclaró la garganta.
—Yo no pretendía hacerle daño.
Barry cargó el arma introduciendo un solo cartucho y apretó el revólver contra la cara de Jimmy.
—¡Está bien, está bien! ¡Confesaré! ¡Diré la verdad! ¡Te lo juro!
—Y no es solo eso. ¡Oh, no, querido Jimmy! Tú no saldrás nunca de la cárcel.
—¿Qué? Vamos tío, tú eres poli. Sabes de sobra que no me pueden caer más de diez años por eso.
—Estoy convencido de que podrás arreglártelas. Como si quieres matar a un pederasta en el talego, me tiene sin cuidado. Pero escucha bien, Jimmy. Si algún día sales de allí, yo te estaré esperando en la puerta y, si hace falta, te meteré quince putos tiros en el pecho con mi arma reglamentaria. Mi vida acabó el día que mataste a mi mujer, y la tuya también. Quédate con el dinero que robaste, porque supongo que ya te lo habrás gastado, y toma el tiempo que has estado fuera de la cárcel como un regalo, porque no quiero volver a ver tu cara de cucaracha en toda mi vida. ¿Estamos de acuerdo? —Jimmy asintió—. No te he oído, desgraciado hijo de puta.
—Sí —dijo arrastrando la última vocal—. Que sí, joder. Te he entendido.
Barry le soltó las esposas sin dejar de apretar el arma contra su cara y le devolvió el teléfono, no sin antes marcar tres números y apretar el botón de llamada.
—Demuéstrame que quieres vivir.
👏🏻👏🏻👏🏻 ostrass me quedé con ganas de leer más,,,eres un crack Víctor 😉 Por cierto 😅 menos mal q no era de bichos aaaggghhhtttt 😬😬😬🤣🤣
ResponderEliminar🤣🤣🤣
ResponderEliminarYo también me quedé con ganas de escribir más, pero decidí dejar que seáis vosotros quienes decidáis si seguir con el final natural de la historia, o elegir uno alternativo. 🤭
Por cierto, he descubierto por qué a algunos/as de vosotros/as no os sale vuestro nombre en los comentarios, y en cambio os muestra como "unknown", o lo que es lo mismo "desconocido". Tenéis que hacer clic en la casilla de "Compartir perfil" que encontraréis en el siguiente enlace:
https://www.blogger.com/edit-profile.g
Y darle al botón de abajo del todo "Guardar perfil"
Solo de ese modo se mostrará vuestro nombre de usuario al hacer un comentario.
Probadlo. Si no os funciona, decídmelo y busco otra solución.
Un abrazo 💙
Buen relato, Víctor.
ResponderEliminarMuchas gracias, Juan. Ya sabía yo que el género te iba a tocar de cerca. 🙋🏻♂️
EliminarUn abrazo.
Muy bueno Víctor. Siempre encuentro un giro en tus relatos que sorprende . Ángeles
ResponderEliminarMuchas gracias, Ángeles. No siempre es fácil sorprenderos con esos giros, que ya me vais conociendo. 🧐
EliminarUn abrazo fuerte.
Víctor acabo de leer tu relato no quisiera encontrarme con este policía . Me ha gustado mucho y me ha trasmitido toda la rabia que estaba sintiendo por la muerte de su mujer la ironía el dolor y hasta en un momento dado del relato me he reído . Lo dicho muy bueno
ResponderEliminarY si te encuentras con él más te vale no tocarle las narices. 🤭
EliminarCreo saber en qué momento te has reído... Y eso quiere decir que has conectado con los personajes al 100% ¡Conseguido! 😃💙
Pensando ya en el relato de la próxima semana y buscando la forma de sorprenderos.
Por cierto, Susan y Linsey os saludan.
Feliz semana.
💪🏻📖