EL MONSTRUO DE TU ARMARIO
Hola, Martín. Soy mamá.
He buscado otras maneras de decirte lo que siento, pero no soy capaz de comunicarme contigo. Siempre estás demasiado ocupado, por eso te escribo esta carta con la esperanza de que la leas cuando levantes la almohada, justo antes de acostarte. Me está costando horrores escribirla, así que espero que valores lo que estoy haciendo.
Trato de encontrar un momento de calma cuando terminas de comer y estás más tranquilo, porque sé que por la noche no te gusta que te hable, sin embargo, nada más levantarte de la mesa, te enchufas a los aparatos como si fueran un suero al que necesitas conectarte para no morir, y eso no está bien.
Pasas las horas muertas enganchado a los videojuegos, gritándole a un personaje ficticio y culpándole por los fallos que tú mismo cometes, cuando lo único que él puede hacer es moverse conforme tú se lo ordenas. Lo cierto es que, lo de culpar a los demás por nuestros errores, solemos hacerlo todos, pese a que no juguemos a la consola. No te culpo por eso. Es más, entiendo que para ti es como un refugio, una forma de evadirte de la realidad. De lo que sí te culpo es de que no saques el valor suficiente para salir a la calle y vivir tu vida. Yo intento buscar un hueco para hablarte, para contarte los miles de cosas que deberías saber antes de que sea demasiado tarde, pero para mí es casi imposible hacerlo, y aunque parece que nunca vas a estar dispuesto a escucharme no me importa, puedo con ello.
Soy consciente de que estás pasando por un mal momento, eso no lo pongo en duda. A nadie le gustaría verse en tu situación. Papá siempre ha estado a tu lado y, por descontado, ha sido el mejor padre que podrías tener. Él sabía lo que decirte para calmarte después de lo que pasó, en cambio ahora haces como si no estuviera, y si le contestas lo único que haces es subir los hombros. Parece que el mundo se derrumba bajo tus pies. Lo pasado, pasado está. No le des más vueltas. En la vida suceden más cosas buenas que malas y son las que trato de recordar. Quédate con eso.
Por las noches te oigo llorar desconsolado y aunque no pretendo molestarte, quiero que sepas que te escucho perfectamente y que yo siento la misma pena que tú. He de confesarte que a menudo yo también lloro, aunque lo hago en silencio para que no me oigas. Eso también puedo soportarlo.
Lo que hasta hace unos días no entendía era tu miedo irracional a los armarios, sobre todo al de tu habitación. Ahora ya lo entiendo. No fue un acierto utilizar ese pequeño cuarto como trastero donde amontonar ropa y acumular juguetes antiguos y objetos inservibles. Yo no podía dormir si no estaban cerrados todos los armarios, y de algún modo te he transmitido esa obsesión. Te veo ahí, mirando de reojo desde tu cama para comprobar si la puerta sigue cerrada y me recuerdas a mí, huyendo de mi muñeca de porcelana cuando era pequeña. Creía que parte de la culpa era mía por infundirte ese terror, pero ahora que sé que es toda mía...
Te he escuchado en más de una ocasión decirle a tus amigos que crees que hay un monstruo en tu armario. Te has imaginado a un ser maligno lleno de escamas, con una enorme boca abierta rodeada de colmillos que no es capaz de cerrar, y de la que, de vez en cuando, sale una pequeña cabeza babosa como la del extraterrestre de la película de Alien. Solo pensar que he sido yo la que ha generado tu miedo, se me viene el mundo encima. No me puedo creer que yo haya causado esta situación, que yo la esté causando ahora.
En tu armario tan solo hay trastos inservibles y, arriba del todo, ese garaje de juguete al que tienes prohibido jugar. Otro gran error que cometimos. Me acuerdo de las tardes que pasabas jugando con esos coches que cambiaban de color al mojarlos como si fuera tu propio taller de pintura mágico, y ahora no puedo jugar contigo. Creo que en alguna ocasión has sentido miedo hasta de día. El armario siempre se mantiene en la penumbra, y eso hace que la luz que entra por la ventana se refleje de manera casual en algunos de los objetos, aunque de eso sí que no tengo culpa.
Recuerdo horrorizada la noche en la que te levantaste para cerrar la puerta. Antes de acostarte la habías cerrado como de costumbre, sin embargo, el resbalón no se había encajado en la cerradura como debería y, durante la madrugada, se abrió repentinamente con un chasquido. Para entonces ya dormías con la oreja estirada, esperando cualquier ruidito inexplicable. Sé lo que es eso, mi muñeca Candelita también me tenía las noches en vilo. Escuché tu agudo alarido, provocado supongo por el ruido de la cerradura saltando, y me asomé a la rendija de tu puerta, sin decir nada, por miedo de asustarte más, pero no lo conseguí. No sabes lo mal que me siento por eso. El armario se había abierto un par de dedos y tú respirabas de manera entrecortada, así que no me esperaba que fueras tan valiente como para levantarte y dar una carrera para atrancar la puerta de una patada. Yo dije en una voz no tan baja «¡Qué valiente Martín!», y debiste de escucharme, porque te abalanzaste sobre la cama y te cubriste con las mantas para no verme. ¡Perdóname! Tú mismo has inspeccionado con tu padre ese pequeño cuarto más de mil veces, y ahora lo sigues comprobando tú solo para no decirle nada. En tu armario no hay ningún monstruo de dientes afilados.
Estoy contigo, Martín, aunque mires para otro lado cuando me ves, porque sé que puedes verme. Siempre estaré ahí para ti, cuidando de que no te pase nada malo. Siendo tu madre y después de tantos años dándote todo mi amor, deberías de saber que no voy a hacerte nada malo.
Lo siento, Martín, pero el monstruo de tu armario, soy yo.
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CURIOSIDADES:
La bogifobia es una fobia que se define como un persistente e irracional miedo a lo sobrenatural y las leyendas urbanas como los asustadores de niños, o los fantasmas y monstruos imaginarios, típicos de los miedos infantiles. Etimológicamente la palabra bogifobia viene del vocablo del griego φόβος que significa miedo y de la palabra anglosajona "bogeyman" que se refiere a un asustador de niños que acecha a sus víctimas en los rincones oscuros de la casa como en el armario, detrás de la escalera, la chimenea, o debajo de la cama.
Las reacciones de los bogifóbicos frecuentemente parecen irracionales a otras personas, e incluso al propio afectado, ya que para el mundo "los monstruos no existen", y las posibilidades de que una criatura amenazante aparezca de debajo de la cama o del armario para atacarlo cuando se vaya a dormir es ridícula e imposible.
Los afectados a menudo adquieren este miedo en la etapa infantil por culpa de las amenazas de los adultos para controlar el comportamiento de los niños que les lleva a intimidarles con seres como el Bogeyman el hombre del saco. El ver películas de terror puede atemorizar a un infante ante la dificultad de separar lo real de la ficción, al pensar que el monstruo o asesino del film vaya a ir por él. También es un miedo que se puede obtener tras algún susto impactante o repetido en la infancia que le quedó grabado en el inconsciente, como puede ser la broma de un familiar que sale de algún lugar oscuro de la casa para asustar al niño.
Leer el artículo completo en: Wikipedia - Bogifobia
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👏🏻👏🏻👏🏻✍️eres una máquina tío,, Siempre dándonos en q pensar,,,cuánta verdad en lo que has escrito😉 lo dicho eres un crack😘
ResponderEliminarMuchas gracias, Mariló. Confío en vuestra capacidad de deducción y en que, un día de estos, me digáis que ya se veía venir desde el principio. 😆
EliminarUn fuerte abrazo, amiga.
👏📖
Víctor que emotivo tu relato me he emocionado mucho leyendo el monstruo en el armario
ResponderEliminarSi he conseguido emocionarte me doy por satisfecho. 😊📖👏🏻
EliminarSaludos de Candelita.
😄👧🏻
Sigue así no cambies nunca
ResponderEliminar¡Gracias! Lo intentaré.
Eliminar📖💙🙋🏻♂️