BUENOS AMIGOS
Jerome, Vincent, Frankie y Darrell no eran los mejores amigos de clase, ni tan siquiera eran compañeros de pupitre, sin embargo, aquel mediodía de octubre decidieron entrar en la propiedad del señor Williams para hacer el imbécil, como más tarde admitieron.
De los cuatro, tal vez Frankie, la pequeña sabandija con cuatro ojos que te escupía a la cara si te metías con él, y Darrell, el simpático regordete que cumplía a la perfección su papel de payaso oficial de clase, eran los únicos que compartían afición, ya que ambos entrenaban a fútbol todos los sábados por la mañana. Darrell no era muy ágil, y no solía llegar con facilidad a los pases largos, pero si alcanzaba el balón no había quien parase un derechazo suyo. Frankie nunca iba a ser buen jugador, al menos eso decía su padre, quien le obligaba a asistir a los entrenamientos con mano de hierro. Es por ese motivo que Frankie sentía cierta admiración por Darrell, el simpático gordito que marcaba goles como soles.
Vincent, por su parte, era el más normal de los cuatro. No se metía en discusiones innecesarias y solía ir a su bola. Le encantaban los juegos de cartas, los cuales compartía con cualquier compañero de clase, fuese niño o niña, aunque, en realidad, solo a un par de chicas les gustaba jugar a las cartas de coches.
Se la jugaban a cuál era el más rápido, el más largo o cuál pesaba más. Hasta todos en clase conocían al Jaguar XJ-S por el nombre de la “Vaca”, por sus increíbles 1.760 kilos de peso. Cuando les tocaba la “Vaca” siempre esperaban hasta que el rival caía en la trampa y se la jugaba a peso, ya que ningún otro coche de la baraja era tan pesado como el Jaguar. Ese era Vincent, un chico normal que lo único extravagante que hacía era jugar a las cartas y lanzar piedras a los coches que pasaban por la autopista, aunque esto segundo no lo hacía todos los días, porque los jueves su madre iba a recogerlo a la puerta del colegio en un viejo utilitario color verde oliva.
Y Jerome, bueno, era Jerome. Un muchacho de esos que cuesta hasta mirar a los ojos, y tal vez por ese
motivo pensaron que no habría ningún problema en comentar lo de la casa
delante de él. El chaval estaría con la cabeza en otro sitio, y si por
casualidad les escuchaba no les iba a seguir el rollo.
—¿Vais a entrar? —preguntó Jerome a bocajarro.
—¿Es que quieres venir? —inquirió Frankie risueño, pensando que Jerome rechazaría la oferta. La idea de entrar en la propiedad abandonada había nacido de Darrell, pero no
tuvo que rogar mucho a Frankie para que se le uniera a la aventura, quien pronto la hizo suya.
—Vale —contestó Jerome—, voy con vosotros.
—¿Cómo que vale? —musitó Darrell, y su compañero le propinó un codazo—. ¡Ah! ¡Gilipollas!
—Mi padre dice que cuando vayas a cometer un delito siempre tienes que tener a alguien a quien echarle la culpa —expuso Frankie subiéndose las gafas.
—¿Y me la vais a echar a mí, cacho de pringaos? —dijo Jerome.
—Bueno, sería una opción —contestó Darrell—, y visto así nos vendría bien que entrases con nosotros. No sabemos lo que nos vamos a encontrar ahí dentro.
—¿No habéis entrado nunca?
—¿Tú sí?
Jerome soltó una risita y recordó todas las veces que había meado desde lo alto del tejado de la mansión Williams.
—Una o dos… —hizo una pausa— Cientas veces.
—¿Lo ves? —dijo Frankie sacudiendo el brazo de Darrell—. Tiene que venir.
—Mirad, genios. Por allí viene vuestra coartada —dijo Jerome.
Por la estrecha carretera subía Vincent. Llevaba un paso cansino y, mientras silbaba una melodía inventada, iba recogiendo piedras de la orilla del camino con las que casi ya llenaba sus bolsillos.
—¡Eh, Vincent! —gritó Frankie, y Darrell se retuvo para no propinar un nuevo codazo a su colega el chivato. Total, ya daba igual.
—¡Vincent! ¿Te apuntas? —dijo Darrell señalando la casa.
—Tengo que irme a reventar coches a pedradas —pensó. Sin embargo, recapacitó un segundo y recordó que los últimos días había visto un coche de la poli dar demasiadas vueltas alrededor de la autopista. Tal vez era un buen momento para tomarse un descanso, y aquellos ventanales parecían casi intactos—. Bueno. ¿Habéis entrado alguna vez?
Darrell y Frankie negaron con la cabeza casi de manera imperceptible y Jerome se limitó a explotar un globito de chicle, aunque para Vincent la respuesta era obvia.
—Es curioso cómo la maldad atrae a todo tipo de criaturas —sentenció Jerome y volvió a explotar el chicle de fresa que quedó pegado en su nariz.
—Vamos —dijo Darrell, quien entró el primero, y todos los demás le siguieron.
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Tras discutir durante un buen rato, dejaron a Vincent lanzando piedras contra los cristales de la mansión Williams. Aquel chaval parecía no querer comprender que si alguien pasaba por allí y escuchaba el ruido de los cristales, estarían en problemas, de modo que los otros tres inspeccionaron el resto de la propiedad.
—¿Habéis visto la piscina? —dijo Jerome y no esperó a la respuesta—. Bueno, claro. Si no habéis entrado nunca, cacho pringaos. Venid y veréis, vais a flipar.
La enorme piscina estaba rodeada de vegetación que había proliferado de manera salvaje hasta cubrir parte del adoquinado. En el interior descansaban multitud de ramas rotas, plásticos y escombros que alguien había arrojado. Caminaban por el borde, esquivando las raíces que lo cruzaban, descolgándose por la pared hasta el fondo, en busca de los ocasionales charcos de agua que se formaban tras las lluvias. Al girar la segunda de las esquinas Jerome señaló varios tablones que se entrecruzaban en la base de la piscina.
—¿A qué huele? —preguntó Darrell.
—Es repugnante. Huele peor que en los vestuarios un día de partido —aseveró Frankie—. Si me caigo ahí dentro, o me muero del golpe o me muero de asco. ¿Por qué apesta tanto?
—¿No lo veis? Hay un perro muerto en esa esquina —anunció Jerome.
—¡Puaj! —La cara de Frankie se retorció en una mueca de aversión—. ¿Crees que cayó por accidente y murió de la caída?
—Tal vez murió de hambre —apuntó Darrell y le rugió su estómago al pensar en comida.
—¿No veis el collar? —dijo Jerome señalando fuera de la piscina, apuntando directamente entre los árboles—. Creo que algún hijo de puta se ha querido librar de ese chucho y lo ha hecho arrojándolo ahí. Estoy seguro de que se lo ha quitado por si alguien lo encontraba.
—Pobre bicho —dijo Frankie y se metió entre los árboles para recoger el collar amarillo.
—¿Sabéis lo que haría yo si me encontrase con ese tipo? —Los otros dos se encogieron de hombros—. Le daría una buena paliza hasta que tirase los intestinos por la boca.
Frankie tiró el collar sobre el perro, quien había sido consumido casi al completo por un ejército de gusanos, incluso alguno de ellos todavía holgazaneaba entre pelos y huesos. La piel del morro del animal se había retraído de tal manera que los colmillos quedaban al descubierto a perpetuidad en una suerte de diabólica sonrisa. Jerome se disponía a lanzar un palito al cadáver del animal cuando una voz les alertó sobremanera.
—¡Corred! ¡Nos han pillado!
Era Vincent, que corría tan rápido que los talones le pegaban en el culo y de sus zapatillas salían catapultados pegotes de barro con cada zancada.
—¡Vámonos, vámonos! —gritó Frankie corriendo por el borde, mientras esquivaba la prominente vegetación, en busca de un hueco que les permitiese salir de la piscina. Darrell le seguía de cerca. Vincent pasó por el lado de Jerome y este se unió a la huida, con tan mala suerte, que su pie se enredó en una de las raíces y cayó realizando una pirueta que le dejó tendido bocabajo.
Su cuerpo inerte se encontraba en la parte más honda, sobre tableros y ramas. Los otros tres observaban boquiabiertos desde arriba. Si alguien le hubiera preguntado a cualquiera de los tres quién fue el primero en salir corriendo, ninguno de ellos hubiera sido capaz de responder, porque todos se apresuraron a abandonar la propiedad sin mirar atrás.
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—Lleva tres días sin venir a clase, tío. Te digo que está muerto. Y todo por tu magnífica idea de hacer el imbécil en esa maldita casa.
—No seas cafre, Frankie. Estará… —dudó, porque en el fondo también creía que Jerome la había palmado—. Estará en casa con el brazo roto o algo así. Eso es todo.
—No, Darrell. Sabes que eso no es todo. Todos en clase se preguntan por qué no ha aparecido desde el martes. ¿Y si sus padres lo están buscando? ¿Y si todavía sigue allí, pudriéndose igual que aquel perro? ¡Oh, mierda! Estamos jodidos, Frankie.
—¡Cállate, idiota! ¿No crees que si hubiera desaparecido, la señorita Gibson ya nos habría preguntado si sabíamos algo de él? Eso es. —Concluyó—. No ha dicho nada porque sabe que está en casa.
—¿Y por qué no vamos a verlo?
—¿Tú sabes dónde vive?
—No.
—¿Pues entonces qué dices? Pirao.
—¿Pero y si está muerto?
—¡Y dale con el muerto! Puto cuatro ojos… —dijo Darrell y Frankie se dispuso a escupirle en la cara.
—¡Hola, chicos! —dijo Vincent tocando a Darrell por el hombro y el chico soltó un grito agudo, como el de las chicas cuando ven una cucaracha en el cuarto de baño.
Frankie explotó a carcajadas mientras su amigo recuperaba la respiración con las manos apoyadas sobre sus muslos.
—¡Le has dado un buen susto! —dijo Frankie y continuó riendo.
—¿Entramos? —preguntó Vincent—. La señorita Gibson acaba de aparcar el coche y viene directa hacia nosotros.
—Esperad un momento —dijo Darrell—. ¡Mirad! ¿Aquel del pasillo no es Jerome?
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—¡Por los clavos de Cristo! —gritó la señorita Gibson desde el exterior de la clase mientras hablaba con otra profesora. Los chavales la escucharon perfectamente a pesar de que el griterío en el aula era considerable—. ¿Pero está bien? Quiero decir… Dentro de la gravedad de la caída, ¿se va a recuperar?
La otra profesora se percató de que la mayoría de los alumnos ya se había callado y escuchaba con atención. Se aproximó a Gibson y le susurró algo en el oído. Se despidieron y entró en el aula.
—Sentaos, por favor.
Los pocos que quedaban hablando abandonaron sus conversaciones y miraron a la profesora. Frankie, Darrell y Vincent observaban a Jerome absortos. Sentado en su sitio, sus manos descansaban sobre el pupitre como si estuviera esperando algo. Su ropa estaba sucia y su cabeza inclinada hacia delante obligaba a adivinar su expresión de enfado.
—Tengo una espantosa noticia que anunciaros —dijo Gibson—. Al parecer, el director Anderson ha sufrido un desagradable accidente. Esta mañana se ha caído por las escaleras de su casa y tiene graves daños internos.
—¿Se ha roto una pierna? —preguntó la voz de una chica. Gibson oteó sobre las cabezas, pero no pudo identificar a la autora de la pregunta.
—No. Es como, bueno. Como si le hubieran dado una paliza. —El alboroto fue general excepto para los tres chavales que continuaban sin apartar la vista de Jerome, quien ahora parecía sonreír—. Ya enviaremos una nota a vuestros padres para más explicaciones. Tenemos que empezar la clase de biología aunque nos cueste, sé que es difícil concentrarse después de la noticia, pero vamos a intentarlo.
La misma profesora que hablaba con Gibson minutos antes abrió la puerta sin los protocolarios dos golpecitos que solían dar los profesores. A Vincent, que se sentaba en primera fila, le parecía absurdo que tocaran a la puerta para pedir permiso, si iban a entrar igualmente sin esperar respuesta. La profesora pasó por delante de él y se situó en medio de la pizarra sin atender la expresión estupefacta de Gibson.
—¿Y ahora qué? —preguntó sin ganas de escuchar la respuesta.
—Hace tres días, vuestro compañero Jerome sufrió un accidente en la finca de los Williams. Ha estado muy, muy enfermo. Ha luchado con todas sus fuerzas, pero hoy nos ha dejado para siempre.
—Oh, Jesús —dijo Gibson y es todo lo que escuchó antes de que comenzasen los lloros, los gritos y los insultos al aire.
Ni siquiera escucharon cuando la otra profesora anunció que se anulaban las clases, justo antes de salir del aula.
Darrell se orinó en su pupitre al comprobar que Jerome levantaba su cabeza y le señalaba con el dedo. La manga del jersey se le subió y pudieron observar cómo en su muñeca llevaba enroscado con dos vueltas el collar amarillo del perro.
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Víctor he entendido bien la historia ? Jerome era un fantasma? Porque si es así es uno de los mejores finales que leído hasta ahora dentro de tus publicaciones 😲😲😲
ResponderEliminarHas entendido perfectamente la historia. ¡Te he pillado por sorpresa! 😄👏
EliminarEl final de este relato con el relato de Jonás Chapo muy bueno, sorprendente ,alucinante me engancho con tu lectura
ResponderEliminarEl de Jonás también pilla por sorpresa. En este daba por hecho que no os iba a sorprender a todos, pero si te ha engañado a ti todavía queda esperanza.🤞
EliminarEncantando de que estéis ahí cada semana y que os enganchen mis relatos, que ahora son vuestros.
Un fuerte abrazo.
💪📖💙
Víctor a mí sí me has cogido...no lo entendía hasta que lo he visto en los comentarios y me he quedado con ganas de más historia.😹. Sigue así...👋👏
ResponderEliminarAy, ay, ay... Qué difícil es encontrar el término medio. 😅
EliminarBueno, me alegro que finalmente lo hayas pillado. 👏🏻
Alargar más la historia ya hubiera quedado un poco gore. Jerome apareciendo en mitad de la noche en la habitación de Darrell, para aplastarle la tráquea mientras le susurra algo al oído, por ejemplo, tal vez no aporte nada más al relato... O sí 🤣
Muy bueno Víctor 👏🏻 me quedé con ganas de más. Imagino q el perro era del director y Jerome le dio una paliza por ello,es así???🤔👻
ResponderEliminarAsí es, Mariló. Me satisface que os quedéis siempre con ganas de más, eso me hace coger energías para la próxima semana.
EliminarUn abrazo fuerte.
👏🏻📖💙
Final sorprendente, aunque después de la siesta , he de confesar que lo he leído dos veces para entender la relación entre las dos muertes...o de las tres incluyendo al perro. Muy bueno .
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Ángeles!
EliminarQuizá no sea un relato para leer por encima, efectivamente. 😄 Enhorabuena por esa siesta. 👏🏻🤣
Un abrazo. 😘📖💙
Muy buen relato con un final sorprendente. Me ha gustado mucho Victor.
ResponderEliminarMuchas gracias. Me encanta que os haya sorprendido el final y que os haya gustado tanto.
Eliminar👏🏻📖💙