LAS NOCHES DE CHRISTINE - POST MORTEM






PARTE IV

Las puertas del cine se abrieron y el público comenzó a salir al exterior. A pesar de que se trataba de una película de terror, todos bromeaban y comentaban la cinta. Algunos de ellos tomaron la acera del Cadillac Lounge hacia arriba y otros entraron en el local, pero la gran mayoría se quedó conversando unos minutos más en la misma fachada del cine.

El aire se volvió más frío y una brisa húmeda zarandeó las hojas sobre la acera del parque. Suaves ráfagas de viento trajeron gotas de lluvia que pronto se intensificó hasta convertirse en una fuerte tormenta. Como si hubieran lanzado un petardo en mitad de la multitud, la gente se dispersó marchándose en todas direcciones. Dos de ellos tomaron la errónea decisión de acortar el trayecto hasta casa cruzando el parque.

En las películas de vampiros, sobre todo en las que se filmaron a primeros y mediados del siglo XX, el protagonista siempre entraba en escena con una recua de relámpagos que iluminan el cuadro. No solía haber ninguna tormenta a la vista, pero las exhalaciones cruzaban el cielo nocturno añadiendo intensidad a la aparición del vampiro más importante del reparto, y si encima se añadía una risa burlona de fondo, la secuencia ejercía un atroz impacto sobre el espectador.

Si aquella noche en el parque se hubiera filmado la escena de una película, con toda probabilidad, un rayo hubiera cruzado el firmamento en el instante que Juliette se incorporó, levitando a más de un palmo del suelo. A los pocos segundos, el siguiente relámpago hubiera iluminado la perversa sonrisa de la vampira, al tiempo que un trueno hubiera roto el silencio de la noche. Pero aquello no era ficción. Juliette avanzaba flotando sin llamar la atención arropada por el manto oscuro, mientras una intensa y sonora lluvia empapaba sus ensangrentadas ropas.


Al presionar con fuerza sobre el corte, la muñeca de Randall dejó de sangrar. La boca de Christine rebosaba el oscuro maná que había surgido de aquel que quería convertirla, pero ella era incapaz de engullirlo. Randall zarandeó su mandíbula convencido de que su cuerpo inerte ya no podía completar la transformación, sin embargo, el espeso líquido bajó por el esófago de la chica de manera paulatina justo antes de que empezase a llover.


Christine observaba las interminables paredes que, repletas de un horripilante papel pintado, flanqueaban el largo pasillo. El suelo forrado de moqueta roja absorbía el ruido de sus pasos, lo que le hizo pensar que, llegado el caso, también ocultaría la presencia de cualquiera que se le acercase. Podrían estar acechándole por la espalda en ese mismo momento. Giró sobre sus talones y solo las llamas de los candelabros se movieron, lo que le tranquilizó. Determinó que el corredor era tan extenso que resultaría casi imposible sorprenderla.

Recapacitó. ¿Dónde estaba? Lo último que recordaba era el parque, pero ¿qué había pasado allí? Recorrió el corredor acariciando los candelabros y, al pasar la mano por encima de las llamas, comprobó que el fuego no le hacía daño alguno, ni siquiera una ligera molestia. Le atenazó un intenso dolor en el cuello y los recuerdos le acometieron sin previo aviso. Juliette la había matado, una jodida vampira hija de puta había acabado con su vida. Ya no pensaba si aquello era posible, si era racional o no, puesto que había visto a Randall con sus propios ojos succionar hasta la última gota de sangre de aquella perra. Lo que se preguntaba era si tal vez se encontraba en el purgatorio y si alguien, quizá el jefe del infierno o del cielo, si acaso alguno de los dos existía, la estaba esperando al final del pasillo.

—No lo hagáis —dijo una voz grave y oscura, pero allí solo estaba ella revisando cada rincón de la estancia. La voz parecía provenir de todos los sitios y de ninguno a la vez.

—Que no hagamos ¿qué exactamente?

—No matéis a mi hija. Está prohibido. —Y la última palabra sonó deformada, algo así como «prohibiiiiiro».

—Si con matar a su hija se refiere a la puta de Juliette, no se preocupe. Ya está muerta. —Esbozó una sonrisa.

—No lo está —dijo la voz, y la sonrisa de Christine se borró al instante—. Debéis dejarla marchar.

Le pareció ver algo a lo lejos, una especie de borrón. Al concentrarse en descubrir qué forma tenía, aquella sombra se acercó a ella con tal rapidez que se vio obligada a dar un paso atrás. La figura se detuvo a tan solo una decena de metros. Era una suerte de vampiro de tez monstruosa, orejas puntiagudas que parecían fundirse con su cabeza, ojos amarillentos y largos colmillos. Aunque lo que realmente le horripiló fue la visión de aquellos labios retraídos que dejaban expuesta prácticamente toda la dentadura. Cerró los ojos por un instante y cuando los abrió, el ser había avanzado hasta colocarse justo delante de su cara.

—¡Está prohibido! —dijo y se esfumó con el siguiente parpadeo.

Las velas del pasillo se apagaron y el habitáculo se quedó completamente a oscuras. Sintió como si la agarraran del pecho, pero no desde fuera. Fue como si una mano aplastara sus órganos vitales y tirase de ella hacia arriba. Se descubrió elevándose en la oscuridad más absoluta mientras notaba cómo sus órganos intentaban salirse de su cuerpo, atravesó el techo intangible y después se precipitó durante unos segundos que le parecieron horas. Lo siguiente que vio fue a Randall reclinado sobre ella.


—Hay alguien ahí —aseveró uno de los chavales que corría por el parque elevando su voz por encima del murmullo de la lluvia, y se detuvo en seco al observar que los pies de la mujer no tocaban el suelo.

—¿Estás viendo eso? —contestó el otro que también se había parado. Estiró de su chaqueta para taparse la cabeza, y evitar así que se deshiciera su trabajado tupé.

—¿Está flotando?

—Hostias, no creo tío. No puedo verlo bien, será un efecto raro por la lluvia —dijo Mike convenciéndose a sí mismo—. ¿No es Randall el que está tirado en el suelo?

—Yo qué sé, tío. Yo me piro —dijo el otro al tiempo que escapaba pisoteando los charcos del camino. Saltó por encima de una pequeña valla y salió por un lateral del parque sin mirar atrás.

El otro chaval volvió a bajarse la chaqueta permitiendo que el agua le calase, y se aproximó a la mujer que aparentemente flotaba para comprobar que aquella levitación no tenía nada de aparente, que sus pies se separaban un palmo del suelo y que avanzaba a voluntad sin ni siquiera moverlos.

—¿Randall? ¿Estás bien?

La voz de Mike no llegó a los oídos de su amigo, pero sí a los de la mujer que al escucharlo se paró de golpe. Juliette giró la cabeza y mostró al joven del tupé chorreante sus ojos hundidos y un aterrador rostro esquelético.


—¡Juliette! —gritó Randall. Se había incorporado y simulaba la silueta de un pistolero, esperándola de pie con las piernas separadas—. ¡Déjalo en paz! ¡Ven a por mí si es lo que quieres!

Juliette se limitó a emitir un bufido gutural, aunque consiguió que dejase de centrarse en Mike. Randall continuó gritándole, tratando de distraerla mientras se acercaba a ella con la intención de facilitarle la huida a su amigo, pero el pobre muchacho estaba paralizado por el miedo. Un miedo que apestaba en mitad de la lluvia como los vestuarios del equipo local después del partido. Juliette apuntó a Randall con la mano, realizó un movimiento de muñeca y salió propulsado hacia atrás con tanta fuerza que se estampó contra un grueso árbol y partió el tronco con su espalda. Tras la colisión, su cuerpo giró por el aire de manera aleatoria y cayó entre los árboles varios metros más allá, quedando maltrecho sobre el fango.

La piel ya cadavérica de la mano con la que había atacado a Randall se resquebrajó debido al sobresfuerzo, y algunos huesos y tendones quedaron a plena vista. Bajó el brazo sin prisa y continuó avanzando en dirección al muchacho, a quien le costaba reconocer a Juliette bajo la demoníaca imagen de la mujer que quería matarle.

A pesar de haber sobrevivido a los colmillos de Randall, Juliette se había quedado casi sin sangre. Padecía tantos daños que, un ataque tan sencillo como el que acababa de efectuar, la dejaba todavía más débil. Su vista tampoco estaba en óptimas condiciones como para ver con tanta lluvia, pero no la necesitaba para encontrar a Mike. Además del miedo que emanaba aquel chaval, percibía el aroma de su sangre aún sin que hubiera brotado fuera de su cuerpo.

Randall consiguió regresar al camino arrastrándose entre los árboles y, aunque fue incapaz de ponerse de pie, observó que Christine sí se había levantado y se alejaba de él. Le había dado la espalda.

—¡Christine! —gritó Randall. Pero no le hizo caso y, aunque le dolió que ni siquiera levantase la mano a modo de despedida, no le sorprendió que lo dejase tirado en aquella mezcla de barro y estiércol, después de todo el mal que él le había causado.

—¿Randall? ¿Qué narices es lo que pasa? —berreó Mike.

—¡Mike, tienes que irte de aquí cagando leches! —Notaba como sus costillas rotas se recomponían bajo su piel, y tal vez una vértebra o dos volvían a estar en su sitio, pero no podía casi moverse—. ¡Juliette va a por ti y yo no puedo hacer nada para detenerla!

—Tú no —dijo Christine que pasó corriendo por su lado mientras sujetaba un tablón que había arrancado de la cerca—, pero yo sí.

Está prohibido, recordó. «Prohibiiiiro». Pero aun así continuó avanzando cada vez más rápido bajo la intensa lluvia, y por un momento dejó de tocar el suelo. Para cuando Juliette se quiso dar cuenta de que Christine iba a por ella, una tabla de madera atravesaba sus costillas de atrás hacia delante, y su oscuro corazón se detenía ensartado en la improvisada estaca. La propia trampa de lluvia que ella misma había elaborado para que no la descubrieran se volvió en contra suya.

La lluvia se detuvo en el mismo instante en el que el cuerpo de Juliette cayó al suelo, y Christine supo en el acto que iban a tener muchos problemas por haber hecho algo prohibido. Mike se había esfumado y pensó que, con suerte, tal vez el chaval no habría presenciado la escena, aunque tampoco le hubiese importado probar cómo sabía su sangre. Regresó con Randall que ya casi había conseguido levantarse. Al encontrarse de frente, ambos se percataron que lucían unos enormes colmillos afilados y sus rostros reflejaban pura rabia. Sus facciones se relajaron y sus rostros volvieron a parecer humanos. Christine le agarró la mano entrelazando sus dedos y esbozó una sonrisa.

—Así se mata a un vampiro. Idiota —dijo ella, aunque la última palabra no se entendió muy bien porque cuando la pronunció, sus labios ya casi estaban tocándose.



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Comentarios

  1. Víctor me encanta por ahora este final , tu relato lo he vivido a tope parece que estaba en el parque ,bien por Christina , eso es ser una buena vampira y el final romántico me gusta mucho . El relato de vampiros ,yo romántica .me gusta cuando el escritor convierte al personaje que el lector cree que es malo en personaje bueno y tierno

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    1. ¡Conseguido! He logrado meterte en la historia, y creo que te he convencido de que ese era el final que Christine debía alcanzar. Malos y buenos, buenos y malos, siempre depende del color del cristal con el que se mira. Para los vampiros es malo otro vampiro que mata a sus congéneres. ¿Ves como no todo es siempre lo que parece? 🦇✝🔥

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  2. Me pasó con la peli de maléfica ,y con una versión de Drácula , que al final me dio pena que lo mataran

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    1. Pues en lo que se refiere a ponerse en el lugar de otro, aun siendo malo el protagonista, vete a la peli de Joker y verás como estás deseando que los mate a todos.

      🤡💔💀

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