NOMBRE EN CLAVE: TOBÍAS - PARTE 5
—¡Despierta chaval! —dijo Jaime con cierto asqueo, rozando lo repulsivo—. Levántate, hoy tenemos una visita importante y tienes que causar buena impresión. No querrás que te vean hecho un guarro.
—¿Qué hora es? —preguntó Tobías y el vigilante le miró sorprendido.
—¡Hombre! ¡Eso es nuevo! ¿Desde cuándo te importa a ti la hora? —Tobías se encogió de hombros—. Son las seis y cuarto. ¿Desea usted algo más mi señor?
—No. —Recapacitó—. Bueno, sí. Una pregunta. ¿Es necesario que seáis tan desagradables?
Jaime soltó una risotada y después tensó su cara.
—Sí, absolutamente. No tienes ni idea de lo desagradables que podemos llegar a ser. —Por desgracia Tobías lo sabía demasiado bien—. ¡Venga, que no tenemos todo el día! Ya sabes cómo va esto.
No tenía todo el día, desde luego que no. Ni Andrés, donde quiera que estuviera ahora, tampoco.
Tobías se quitó la ropa y se colocó sobre la letrina esperando a que la ducha se pusiera en marcha, tal y como hacía siempre que alguien destacable decidía visitarle. Al parecer, las narices de los altos cargos eran demasiado sensibles al excesivo perfume corporal. La repulsión hacia el resto de seres humanos debía de constituir un requisito indispensable para acceder a tan relevante puesto. Un único chorro de agua con fuerte olor a desinfectante cayó del techo y Tobías empezó a frotarse, tomando la precaución de cerrar bien los ojos. Aquel líquido cumplía su función, de eso no cabía la menor duda, pero resultaba de todo menos agradable. Aprovechó la ocasión para acuclillarse, apretar la barriga y dejar caer un buen tronco. Con el agua disminuyendo de presión, se limpió sus partes a conciencia sin poder ver lo que hacía el vigilante desde la puerta, aunque se lo podía imaginar. Cuando el caño dejó de fluir, se enjugó la cara con las manos y escupió para deshacerse de los restos de líquido desinfectante. Al terminar, abrió los ojos y observó cómo el vigilante se limpiaba la mano con la pared.
Jaime se ajustó los pantalones, sin desviar la vista de Tobías, y se recolocó la pistola que aún colgaba en su funda de cuero. Se subió la bragueta y se sorbió los mocos con ruidosa energía. Tobías tenía dudas sobre lo que el vigilante se había limpiado de la mano, aunque, por la manera en la que se tocaba el paquete pensó que no eran mocos. Pero eso ya le daba igual. Se aproximó a su catre, se secó el cuerpo con las sábanas, se las sujetó a la cintura y frotó su incipiente barba. Ya no confiaba en que aquellos guardias salidos le dieran muchas facilidades. Alguna mísera toalla de vez en cuando, un peine para no tener que utilizar sus dedos a modo de rastrillo, o una cuchilla de afeitar una vez por semana se le antojaban caprichos inalcanzables. El vigilante le lanzó la ropa limpia sobre el catre —¡Oh, gracias!—, y esperó hasta que estuvo vestido por completo.
Con la amabilidad que le caracterizaba, lo agarró por el brazo y lo condujo a empujones hasta la sala 81-B. Le indicó que se sentase en la silla, una silla que estaba atornillada al suelo, y lo esposó a la mesa. Pero eso también le daba igual.
Pronto sentiría la presencia de Andrés en la puerta, o al menos eso esperaba. Confiaba en él. Confiaba en que hubiera conseguido la ropa y en que la resonancia fuese lo suficientemente intensa como para que el puente mental no colapsara y acabar con todo aquello. De lo contrario…
※
—¿Borrado? ¿Reinserción? —pronunció Tobías desde la sala 81-B.
Había decidido desconectar antes de que la conexión con Andrés se rompiera, puesto que aquello podría haberle causado daños irreversibles, pero eso dejaba al limpiador a solas en la sala 81-A, haciéndose pasar por un alemán del Tercer Reich. Casi nada. Se permitió el lujo de pensar solo un segundo en lo que aquel hombre podría estar haciendo, cagado de miedo, encerrado en una habitación propia de una película de espías. Volvió a cerrar los ojos y, con los brazos cruzados a modo de almohada, dejó que su cabeza reposara de nuevo en la mesa. Tenía que volver.
Buscó la manera de volver a conectar con su amigo, pero Andrés estaba absolutamente bloqueado por el miedo. Lo espoleó como se le hace a una vieja mula que se niega a moverse, con la intención de que abriera su mente y le dejase pasar, pero el pánico había taponado su psique de un modo demasiado eficaz. Lo ocupaba todo. Una puerta cerrada que solo podía ser derribada utilizando el único nexo que nunca fallaba a modo de ariete.
Toneladas de palomitas dulces.
Una explosión de colores y sabor a mantequilla con azúcar alcanzó sus sentidos como un torrente desbocado. Sin embargo, no sirvió de nada, porque el miedo había creado una coraza impenetrable en el cerebro de Andrés. Aquellos segundos se convirtieron en los más largos de la vida de Tobías, empujando la pesada carga a través de las paredes que separaban las dos salas, hasta que se le ocurrió cambiar de estrategia. Se las enviaría directas al fondo de su garganta, esa era la única solución. Aquello seguramente provocaría que Andrés vomitase o que se quedara sin respiración, pero debía de conseguir que le dejase entrar de cualquier manera.
Andrés comenzó a sentirse mareado, y notó cómo ese sabor dulzón le subía por la garganta, pero gracias a Dios el vómito no fue necesario. Entonces se relajó, respiró profundamente y Tobías pudo, por fin, entrar en su mente de nuevo.
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Tobías abrió los ojos de Andrés, quien aún los cerraba con una fuerza dolorosa, y se quedó atónito ante la presencia del supervisor. Su abanico de posibilidades se había ido cerrando hasta llevarlo a un punto sin retorno. El plan de una entrada sin levantar sospechas se estaba esfumando, pero había conseguido leer el informe y todavía podían efectuar una salida no demasiado ruidosa. Andrés estaba en peligro y tenía que hacer algo urgentemente, porque notaba que el puente ya tenía alguna fisura...
—Hola, señor Bernhard. Es un placer tenerle en nuestras instalaciones —dijo el supervisor. Le estrechó la mano y sintió el sudor frío que empapaba cada centímetro de su piel—. ¿Está usted bien? —añadió.
—Sí —carraspeó —. Sí, solo un poco cansado.
—Mandaré que le traigan un poco de café. ¿Ha podido leer el informe?
—Estaba en ello —dijo recordando que debía mantener el acento alemán—, casi había finalizado cuando usted ha «aparrecido» por la puerta.
—Estupendo —dijo mientras abría el armario y conectaba los monitores que mostraban la habitación anexa. En ellos se observaba a Tobías, el cuerpo de Tobías realmente, sentado en la silla y reclinado sobre la mesa—. Empecemos cuanto antes. Quiero terminar con esto.
—¿Podría traerme ese café si no es «mucho» molestia…?
—Cierto, se me olvidaba. Disculpe, señor Bernhard. —Se aproximó a la puerta y Bernhard, o mejor dicho, Tobías en el cuerpo del que hacía pasarse por Bernhard, se preparó para salir escapado conforme el supervisor se dejase la puerta abierta y liberarse a sí mismo. Era suficiente con lo que había leído en el informe, y lo último que quería era que a Andrés le pasase algo malo. El supervisor, que se limitó a sacar medio cuerpo al pasillo, propinó un grito desgarrador al vigilante—. ¡Jaime! ¿Estás ahí?
—¡Sí! —se escuchó al final del pasillo—. ¡Voy!
Se escuchó el ruido de algo caer y Tobías pensó que se trataba del libro que el vigilante estaría leyendo. Otro sonido de un nuevo objeto cayendo al suelo hizo que el supervisor se frotase la cara de desesperación.
—¡No hace falta que vengas! ¡Solo trae un café para el alemán!
La contestación del vigilante fue silenciada con el golpe seco de la puerta cerrándose detrás del supervisor. Le invitó a que se sentara y terminase de leer el informe, las pocas líneas que le faltaban, y Bernhard así lo hizo. Andrés así lo hizo. Tobías así lo hizo.
※
—¿Y bien? ¿Qué me dice?
—«Interresante» —se limitó a decir sin dar más información y apuró el último sorbo del café.
—¿Cree usted que podría interesarle a su jefe?
—¿Al Führer? —preguntó y el supervisor asintió—. ¡Ya! «Segurro», sí.
—¡Estupendo! No será necesario borrarlo entonces —Malnacido—. En un par de horas podemos tenerlo todo listo para que se lo lleven. Solo déjeme hacer unas llamadas.
—Sí, sí, sí. No hay problema.
Dos horas era tiempo más que suficiente para sacar a Andrés de allí sin que lo descubrieran. Después él ya intentaría escapar de alguna manera, eso no era ninguna complicación. Por fin las cosas empezaban a salirle bien. Mejor que bien.
Entonces recordó algo que solía decirle su tía Francisca cuando era pequeño. Tobías pasaba buena parte del día con ella a causa de que sus padres trabajaban en la capital. El trayecto siempre era a pie hasta el trabajo y se llevaba más de una hora, pero como siempre, dando las gracias. La mayoría de las tardes, el niño se entristecía porque el sol ganaba la carrera a sus padres y, en el momento en el que ellos llegaban a casa, el cielo ya estaba cubierto de estrellas. La tía Francisca, que sabía mucho de tristeza, le preparaba unas meriendas que le subían la moral al más pintado.
—¡Hoy es el mejor día de mi vida! —acostumbrada a decir Tobías cuando la tía sacaba el plato de comida, como si un trozo de pan con mantequilla y Cola Cao, o unos buñuelos fueran la mejor delicatessen del mundo.
—Nunca pienses que te va demasiado bien en la vida. ¿Me escuchas? Porque si lo haces entonces vendrá el demonio y te joderá. —Y toda la magia de la merienda perfecta se desvanecía. Luego hacía una pausa, le miraba a los ojos señalándole con el dedo a modo de advertencia y repetía aún más fuerte—: ¡Vendrá y te joderá!
Siempre le había parecido que no había ninguna necesidad de decirle algo así a un crío, pero después de unas cuantas veces casi ni escuchaba la frase. Ahora sus palabras cobraban más sentido que nunca.
La puerta de la sala se abrió y asomó la estreñida cara de Jaime, el vigilante.
—Señor, ¿puede salir un momentito?
—¡No! ¡Claro que no puedo salir! ¿No ves que estoy ocupado? —dijo señalando a Bernhard, y el supuesto alemán se atrevió a azuzar al vigilante con la mano para que se marchase.
—Debería salir, señor. Hay alguien que…
—¡Me importa una mierda quién esté fuera! ¡Como si es el mismísimo caudillo!
—Señor… —insistió Jaime tragando saliva—, dice ser Thomas Bernhard, y cuando le he dicho que eso era imposible porque el señor Thomas Bernhard ya estaba reunido con usted, se ha puesto como un loco.
—Usted… —dijo el supervisor mirando al falso Bernhard—. Usted es Thomas Bernhard, ¿verdad?
Tobías asintió con la cabeza de Andrés mientras trataba de alargar el puente, para lograr que el supervisor y el vigilante también respondieran a su voluntad, pero se dio cuenta de que aquello no era Segovia y los acueductos eran cosas de los romanos. Conforme intentaba influir en sus voluntades notaba cómo Andrés se le escapaba poco a poco, y las fisuras del puente se hacían más y más grandes. El supervisor preguntó algo, pero Tobías ya casi ni le escuchaba. Definitivamente la resonancia estaba a punto de romperse.
—¡Oiga! ¡Le estoy preguntando que quién es usted!
El vigilante empujó la puerta con tanta fuerza que golpeó contra la pared y saltó de los goznes. Entró en la sala, apartó al supervisor de delante del intruso, se colocó entre los dos y desabrochó la funda de la pistola que se balanceaba a un lado de su cintura.
Vendrá el demonio y te joderá, Tobías.
Vendrá y te joderá.
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Me acabo de comer una uña entera cuando se ha presentado el verdadero alemán .noooooo puuuede Ser Víctor si me da un infarto ,tú verás tengo ya una edad . Muy bueno
ResponderEliminarNo sé si decir que me alegro de haberte causado ese desasosiego... 🤣
Eliminar¡Está ahí! ¡Se ha presentado en el peor momento posible! 😱
¡Venga, ánimo! Que ya queda menos para el viernes... 👏🏻
Un abrazote. 😃📖💙